Es una de las escenas más repetidas en cualquier parque infantil: niños peleando entre ellos (y de paso con sus madres) porque al menos uno de ellos se niega a compartir sus juguetes. Es una situación que se da con más frecuencia de lo que a los padres les gustaría, y en la que estos suelen sentir agobio y presión por las miradas de los otros niños (y de sus padres) cuando su hijo se niega en redondo a compartir sus juguetes. Parece que cuando esto ocurre estamos evidenciando que no estamos educando a nuestro hijo de forma correcta o que su carácter es de tendencia egoísta y caprichosa. Pero las cosas son más sencillas y menos dramáticas de lo que parecen, y la actitud de tu hijo es perfectamente natural.
Entre los 18 meses y los 4 años, aproximadamente, los niños se creen el centro del universo, con todo lo que eso implica, y el momento álgido de esta certeza se encuentra a los 24 meses. Aprenden pronto a decir “es mío” y realmente es lo que creen, que todo aquello a lo que pueden acceder les pertenece. Y esto es algo completamente normal en su desarrollo, se trata de una etapa por la que tienen que pasar y que no nos podemos saltar aunque nos gustaría hacerlo. Cuanto más cosas cree un niño que tiene, más poderoso se siente, y no está dispuesto a ceder nada de ese poder.
Compartir sus juguetes, además, puede llegar a generarles angustia, porque seguramente con muchos de ellos han generado vínculos que les reaseguran y tranquilizan. Por esa razón dejar que se los lleve un desconocido (algo habitual en los parques), pero también un conocido, puede hacerle sentir desprotegido y vulnerable, porque se trataba de un punto de apoyo para él. Y, además, en su cabeza aún está la idea de que lo que se va, desaparece, y no existe la certeza de que el juguete prestado vaya a volver a sus manos, algo que evidentemente le preocupa.
Por otro lado, tal y como hemos dicho, los niños de esa edad piensan que el mundo gira a su alrededor y tienen un comportamiento muy egocéntrico. Esto les impide ser generosos o empatizar con el berrinche de otro niño porque no le está dejando su juguete. Ponerse en el lugar de los demás es una capacidad que se adquiere con el tiempo, y será a partir de los 5 años cuando consiga alcanzar cierta estabilidad emocional para compartir con otros sin que le suponga un problema.
El argumento de que “hay que compartir” sin más, en cualquier contexto, no es suficiente para un niño y ya hemos visto porqué. Por eso obligarle a compartir cuando no está preparado para hacerlo, o no se dan las condiciones necesarias, no va a resultar bueno para nadie. Pero eso no significa que compartir no sea algo que debemos enseñarle a nuestros hijos desde la paciencia y con constancia, partiendo del buen ejemplo.
Ayúdale a entender que compartir no es perder sus juguetes, sino que se trata de un préstamo en el que se pueden establecer turnos, y que él también podrá seguir disfrutando de sus cosas. Para ello, en lugar de decir que preste sus cosas, puedes pedirle que se las deje un rato a otro niño y que pasado un breve espacio de tiempo volverá a tenerlas.
Los niños que siempre juegan de manera aislada tienen menos oportunidades de descubrir cómo funciona el intercambio de juguetes, por lo que siempre que se pueda es conveniente incentivar los juegos en grupo. En ellos es conveniente que se compartan diferentes juguetes (cubos, pelotas, cuerdas…) y que se utilicen para que el juego sea divertido para todos. Así descubren sin forzar que ser generosos es algo que también les beneficia a ellos.
Cuando el sentimiento de posesión está en lo más álgido, los niños no son capaces de distinguir lo que es suyo de lo que es de los demás, o de uso común. Los padres han de encargarse de mostrar las diferencias entre los tipos de permanencia: sus juguetes son suyos, los de los demás niños no, y los columpios, por ejemplo, son para el uso y disfrute de todos, así que hay que compartirlos se quiera o no.
Debemos aprender a distinguir qué objetos o juguetes tienen un gran valor emocional para él, y no obligarles nunca a que los presten. Si sus padres, que son su mayor referente emocional, le obligan a dejar aquello que le hace sentir bien, lo único que conseguiremos es que sufra, no que aprenda.
Y nunca hemos de amenazarle o chantajearle. No querer prestar sus juguetes cuando aún no está preparado para hacerlo no puede traerle consecuencias negativas. Procura centrarte, en cambio, en lo positivo que puede haber en compartir, y poco a poco será capaz de apreciarlo.