La moda en los años 70 responde a una época convulsa en la que los movimientos pacifistas contra la guerra de Vietnam, el empoderamiento de la juventud, la liberación sexual y el activismo dominaron la escena social de toda una década.
Conocida como la década del mal gusto, los setenta marcaron el principio de una gran revolución en la moda que daba mayor protagonismo al gusto individual, que a las normas estrictas marcadas hasta entonces por las pasarelas.
En lo que a la estética se refiere, los primeros años de la década de los setenta son la época de la ‘anti-moda’ y a ella le siguieron el triunfo del glam y la moda disco y conviviendo con ambos, el estilo ‘working gir’. Si la estética de día era poco atractiva, las noches siempre estuvieron dominadas por la excentricidad, el brillo, los colores estridentes y los escotes de vértigo. Pero no hay que olvidar que todos estos estilos compartieron década con el funk, el punk y el sport-chic. Estas fueron las prendas clave de la década de los 70.
Como herencia de los hippies los, en años sesenta el pantalón vaquero se había convertido en el uniforme de una juventud que buscaban la igualdad entre hombres, mujeres, ricos y pobres. Los vaqueros experimentaron con todo tipo de formas y volúmenes, aunque los de pata de elefante han quedado como referentes de la época. Dejaron de ser una prenda de protesta y pasaron de la calle a la oficina combinados con blazer y blusa.
Las faldas y vestidos largos heredados de los hippies seguían teniendo un público muy amplio en la década de los setenta, aunque de aspecto más romántico, con concesiones a oriente y apostando por colores más suaves que en la década anterior. Junto a los maxivestidos hay que hablar de las minifaldas y los shorts, que si bien es cierto que aparecieron en escena en los 60 como pieza irreverente en los armarios de las más jóvenes, se convierten en prenda imprescindible de manera generalizada.
Los zapatos de tacón grueso y suela de plataforma se convierten en el calzado imprescindible para quienes quieren ir a la moda, un modelo que rivalizó con las botas de caña alta que invadieron los looks de oficina.
El punto y el ganchillo tejido a mano fue otra de las grandes revoluciones de la década de los setenta. Los diseñadores apostaron por crear prendas de colores vivos y estampadas con motivos geométricos que muchas mujeres podían replicar en casa con ayuda de las revistas de corte y confección que causaban furor en la calle.
Si la ropa de día no era demasiado divertida, la de noche lo era por partida doble. Mallas de licra, escotes kilométricos, plumas, lentejuelas, satén, lúrex… cualquier exceso era bienvenido bajo la consigna “el mal gusto es el mejor gusto”.