Los Premios Goya, los Feroz, los 40 Music Awards, los Premios Dial, presentaciones de podcasts, libros, series, documentales… A lo largo de los años que llevo en activo me ha tocado cubrir numerosos eventos en los que se organizan alfombras rojas y siempre salgo de ellas pensando lo mismo: “qué pena que la mayoría no venga a jugar”. Ellos con traje negro como si se tratara de fotocopias y ellas de unicolor y formas conservadoras para evitar los comentarios negativos de Nacho Montes o cualquier otro especialista que se dedique al análisis del medio. Luego estoy yo que, como periodista y community manager, me cuesta seleccionar entre los looks elegidos por todas las celebrities para conformar una galería llamativa y mínimamente interesante en redes sociales. Oh, spoiler: casi siempre fracaso en el intento.
Por eso, cuando me invitaron a la primera edición de los Premios Isla, evento que eleva a la máxima potencia la creación de contenido en Canarias, decidí homenajear al Carnaval de las islas y lucir un abrigo de plumas verdes y amarillas. Por supuesto, no todo el mundo lo entendió y despertó comentarios de todo tipo. Un año después, al informarme que había sido seleccionado para reconocer mis años en el medio y movimiento en las redes, vi clara la oportunidad: es el momento.
Gracias al diseñador de La Palma Pedro Juan González y al artista multidisciplinar Nauzet Afonso conformamos una propuesta que necesitaba enseñar al mundo. El mensaje más personal y arriesgado que haya llevado a cabo en un ejercicio de comunicación. Sí, reivindicar y hacer llegar testimonios personales para que las nuevas generaciones lo tengan más fácil claro que es un ejercicio de comunicación y no solo eso, sino que, además, es un acto de política. Todo lo que hacemos lo es.
Que sea gay, tenga de por vida las marcas del acné en mi cara y tanto incomodara a aquel chico con el que cometí el error de mantener una cita, la pluma con la que cuento, así como el ‘aceite’ que desprendo y la sociedad nunca ha evitado recordármelo son algunas de las características que me hacen ser quien fui, soy y seré. Realidades que en su día ya acepté y muestro con orgullo. Sin embargo, más complicado fue la cantidad de veces que me dedicaron “niñata” y “necesitas madurar” en el entorno laboral e hicieron que tocase el fondo que nunca nadie imaginó de un joven que parecía reír ante cualquier circunstancia y daba la impresión también de que se tomaba las cosas menos en serio por ello.
La vida ha querido que no la disfrute desde el privilegio que supone ser un hombre cishetero blanco, cuerpo extremadamente normativo y unas condiciones dignas y no ha parado de restregármelo. Es por ello por lo que, gracias al cuidado de mi salud mental, la deconstrucción diaria que intento llevar a cabo y rodearme de gente que solo aporta aprendizaje alzo la voz a favor de todas esas luchas que debemos seguir labrando a diario.
Esa lucha la materializamos en una falda y bien de pintura e hicimos juntos que luciera con orgullo todas las críticas, los mensajes de odio que un día me dedicaron porque ya la sociedad no va a conseguir ‘hacerme un traje’ con ellos; ya lo hago yo y lo meneo con la cabeza bien alta y el pecho inflado de convicción.
Claro que tuve miedos y tuve que verbalizar con mi entorno lo que iba a llevar a cabo porque no todo el mundo lo entendería, compartiría y seguro que se despertarían de nuevo todas esas frases que en su día me dedicaron.
Por suerte, todo fue sobre ruedas y espero que el mensaje sirva para todas aquellas generaciones repletas de jóvenes que están ahora mismo abriendo su primer perfil en redes sociales: “ojalá los haters nunca consigan mandarte al psicólogo ni te hagan daño. Si lo hacen, recuerda trabajarlo. Se sale”.