El verano es temporada alta para la industria de las bodas, pero también un momento que puede resultar complicado para que quienes se les juntan unas cuantas invitaciones, por todos los gastos que conllevan. Casarse es muy caro: lo es para la pareja de contrayentes —una boda con todas tendencias de moda se puede ir a 40.000 euros— y lo es para las personas a las que invitan.
“El precio las bodas sube como el coste de la vida”, reconoce Gracia, que, aunque es “antibodas y lo saben”, ha sido invitada a muchas. Recuerda que, cuando empezó a ir a bodas y tener que dar ella misma el regalo, la cantidad andaba por los 75 euros. Ahora, señala, ya está en los 150 mínimos si no quieres quedar mal. Las cuentas de Tamara son parecidas: en regalos se van entre 150 y 200 euros, incluso a veces 250. A eso hay que sumar los gastos de vestido y peluquería —que para invitada andan entre los 100 y los 400 euros— y las festividades derivadas.
“Lo peor es la despedida”, concluye Tamara tras hacer unas cuantas cuentas rápidas. Es donde se gasta más dinero, porque supone hacer un viaje y todo lo que eso conlleva. El destino más lejano al que ella fue es Asturias, que desde Galicia no son tantos kilómetros y con todo dejó un balance final abultado. Sumando gasolina, alojamiento, cenas o la ropa temática la cuenta puede andar por los 400 euros, que se suman al resto de gastos de irse de boda.
¿Estamos gastando mucho dinero? “Si te gustan las bodas, te compensan porque te lo pasas bien”, responde esta invitada, a la que la fiesta le “gusta más que un Chupa Chups”, como bromea. Si no te gustan, puede ser un palo económico importante. Incluso si se disfruta de esa fiesta, las cuentas pueden agobiar. Un verano lleno de bodas puede convertirse en una pesadilla económica. Incluso hay quienes han visto como debían renunciar a sus propias vacaciones para poder afrontar todos estos gastos. Y por mucho que lo decidas dejar de ir de vacaciones molesta un poco.
A pesar de todo, las invitadas con las que hemos hablado desde Divinity reconocen que es muy complicado rechazar una invitación de boda. Al final, la persona que te invita lo está haciendo a un momento especial y gestionar ese no puede resultar complicado. “Yo no he sabido decir que no excepto cuando vivía en el extranjero, que tenía la excusa perfecta”, reconoce Gracia.
¿Cómo decir que no vas porque es todo demasiado caro? “Se lo debemos decir desde la sinceridad y confianza, trasladarle que no podemos asistir porque nos genera un coste demasiado caro que en la actualidad no podemos asumir”, responde Montserrat Amorós Gómez, doctora en Psicología y profesora de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR). La experta recomienda “trasladarle que no es por falta de ganas ni deseo de ir a su boda, sino que son motivos económicos”. “Debemos hablarle de manera personal, directa y sinceramente, sin engañarle ni trasladarle enfado”, suma.
Y si decir que no se hace cuesta arriba siempre hay algunas estrategias para reducir el desgaste económico. Isa y su pareja han decidido dividirse para que los costes no se disparen. “Va el que es amigo”, cuenta. Después está el socorrido repetir vestido, que ya ayuda a bajar la cuenta final. Hay quien tiene una estrategia para evitar que se vea que es un viejo conocido y hay quien abraza que volver a usarlo no es importante. “Repito vestido siempre”, cuenta Tamara. Lo hace desde que “hace dos años tuve muchísimas bodas”. Comprar un vestido nuevo en cada ocasión hubiese supuesto muchísimo dinero.
A veces, el atajo económico llega por priorizar. Estas invitadas tienen menos reparos a la hora de decir que no a las despedidas. “Las despedidas se nos van un poco de las manos, salen más caras que la boda”, reconoce Tamara. Declinar la invitación es más fácil y, dado que es una de las principales sangrías económicas, puede dar un respiro. Como apunta una de las entrevistadas, si es una despedida de una conocida, de alguien del trabajo, la rechaza ya directamente sin dar muchas más explicaciones que “un no puedo ir, lo siento”. A eso se suma que a veces la gente hace grupos más pequeños y limitados para las despedidas y te quedas fuera, una bendición que ahorra tener que decir que no.
Quizás, la clave para toda esta cuestión sobre las bodas y decir que no está en la empatía. Amorós Gómez recomienda, para conseguir que no se convierta en un problema, “evitar el enfado, trasladándoselo desde la confianza y sin mentir ni dar excusas poco acertadas”. “Debemos mostrar empatía hacia la persona que nos está haciendo la invitación, diciéndole que entendemos que esté decepcionada o enfadada porque no estemos en su día tan importante, pero que, a veces, las situaciones nos hacen no poder estar donde nos gustaría”, apunta.
Y lo mismo señala cuando se le pregunta cómo gestionar un no cuando se es la persona que se casa: “debemos tener empatía y asertividad, y escuchar lo que nos quieren decir”. “A veces las circunstancias de las personas hacen que no puedan estar donde nos gustaría que estuvieran, pero no por eso nos quieren menos”, recuerda.
Ponerse en el lugar de los demás también lleva a comprender los otros puntos de vista y lo que estás obligando a hacer a tu círculo de amistades. “Me pagaba un coche de segunda mano con todo lo que llevo en bodas, bautizos y comuniones”, comenta con humor María. “Me he gastado pasta a raudales”, confiesa, bromeando que a veces se siente como Carrie Bradshaw en ese capítulo icónico de ‘Sexo en Nueva York’ en el que le robaban sus Manolos en casa de una amiga que le había hecho gastarse dinero y más dinero en sus eventos familiares. “Lo gozas, pero luego no deberían ratear 20 euros en un regalo de cumpleaños”, reivindica.