Pronto se cumplirán veinte años del compromiso de Felipe y Letizia. Ese en el que ella dejó de ser aquella presentadora de los informativos de las nueve que vivía en un pisito en Valdebernardo. Ese en el que ascendió a la categoría de royal. Ese en el que se la juzgó por pedirle a su prometido que la dejase terminar. Ese en el que se convirtió en icono de estilo con un Armani blanco. Y (también) ese que confirmó que el peso de su suegra marcaría cada decisión, cada gesto, cada paso que daría en la nueva vida en Zarzuela que estaba a punto de estrenar.
Ya lo dijo Letizia en sus primeras palabras como Princesa de Asturias. Que ejercería sus funciones teniendo muy presente el “ejemplo impagable” de la reina Sofía. Una sombra alargadísima que le costó, le cuesta y le seguirá costando más de un disgusto en su intención constante de agradar a la opinión pública, especialmente a la más nostálgica. Pero con eso ya contaba cuando lo apostó todo a una carta.
En sus primeros años entre Borbones eran constantes las comparativas que incidían en lo buenísima reina consorte que era Sofía y, por ende, lo poco apropiada que era Letizia para el cargo. Se hablaba de sangre azul, de saber estar, de 'buen' carácter, de currículum vital limpio de polémicas. Y también de religión, un terreno en el que la ahora emérita siempre se movió como pez en el agua.
Al igual que Letizia ha encontrado en la cultura, el feminismo o las enfermedades raras un nicho de trabajo, su suegra contaba en su agenda oficial con infinidad de actos vinculados a la religiosidad. Por sus orígenes griegos, Sofía se educó en la confesión ortodoxa. No solo es habitual verla orando en la iglesia de la madrileña calle Nicaragua o celebrando cada festividad del calendario ortodoxo. También se casó por este rito (y por el católico) con su aún marido, el rey Juan Carlos.
Sin embargo, al ser reina de un país que, pese a ser aconfesional, cuenta con unas fuertes raíces y tradiciones cristianas, tuvo que adaptarse. Y esto fue un plus para parte de sus defensores.
Con la llegada de Letizia (y de la modernidad) a palacio, las cosas cambiaron. En esas nuevas obligaciones de princesa, y luego de reina, estaba acudir a actos religiosos, esos que siempre trataba de evitar cuando era una ciudadana de a pie. Eso sí, al ser agnóstica confesa, su postura fue ceñirse a lo estrictamente obligatorio.
A muchos les ha llamado la atención que la reina no se persignase en el momento cumbre de la Ofrenda al Apóstol Santiago de este lunes. Ya es viral el vídeo en el que vemos a Leonor, Sofía y Felipe realizar este gesto mientras Letizia mantiene sus manos unidas, sin esbozar gesto alguno. Pero si echamos mano de hemeroteca, es una actitud que, salvo en contadas ocasiones, toma siempre, algo que también podría verse como un acto de coherencia y respeto ante los que sí profesan la fe cristiana.
Su primer gran encuentro con la Iglesia fue, ni más ni menos, su propia boda (real). Letizia, que previamente se había casado por lo civil con Alonso Guerrero (para después divorciarse), debía pasar por el altar si quería unirse en matrimonio con Felipe. Y aceptó todo lo que esto conllevaba.
Según cuenta el biógrafo Andrew Morton en su libro 'Ladies of Spain', en sus reuniones previas con el obispo Rouco Varela, encargado de oficiar la ceremonia, la novia declaró que cuando conoció a Felipe vio "la luz de la fe católica". Cualquiera al que le haya tocado pasar por este curso previo a una boda religiosa se conocerá las afirmaciones verbales que hay que defender para que el sacerdote dé por válido esta unión ante Dios.
Una vez superado esto, son contadas las ocasiones en las que hemos visto a Letizia en un templo católico más allá de bodas, bautizos y comuniones, entre ellas las de sus hijas Leonor y Sofía. Las excepciones las encontramos en la Misa de Pascua celebrada al finalizar cada Semana Santa en la Catedral de Palma (y que en 2018 le valió su polémica más comentada) o la Ofrenda al Apóstol Santiago en Galicia, esa que este año tuvo lugar ayer y en la que su comportamiento está hoy en boca de todos.
Enmarcadas también en esa agenda oficial que le obliga a vincularse a lo religioso, cabe reseñar sus numerosos encuentros con los Papas. Su primera vez en el Vaticano fue recién casada, donde la vimos con peineta y vestido largo (tal y como dicta el protocolo) para conocer al ya difunto Juan Pablo II.
Con Benedicto XVI, su sucesor, tuvo hasta tres audiencias, todas marcadas por su corrección. Una seriedad que mutó en afecto cuando se encontró con el Papa actual, Francisco I, cuya cercanía con él fue palpable tanto cuando fueron a visitarle tras ser proclamado como en la visita de Estado que realizaron los reyes a la Santa Sede una vez fueron nombrados monarcas.
Aunque ella nunca ha negado su posición agnóstica, la periodista Nuria Tiburcio, especialista en Letizia, enumeró en un artículo para Vanitatis cada una de las hermandades en las que ha sido reconocida su majestad: Camarera de Honor de la Virgen de la Amargura, Camarera de Honor de la Lledonera, Camarera de Honor de la Hermandad del Juncal de Sevilla, Camarera Mayor Honoraria de la Hermandad de María Santísima de la Soledad, Camarera de Honor dela Hermandad de Nuestro Padre Jesús de las Penas y María Santísima de la Esperanza y Camarera de la Virgen de la Amargura de Barbastro. Jamás ha visitado ninguna durante la Semana Santa, fecha en la que salen a la calle para juntarse con sus fieles.