La dinastía Romanov gobernó en Rusia desde el siglo XVII hasta principios del siglo XX. Fue hace más de cien años cuando Nicolás II, su esposa Alejandra, así como sus cinco hijos fueron asesinados. Los zares habían contraído matrimonio en 1894 y tuvieron cuatro hijas: Olga, Tatiana, María y Anastasia. Más tarde, vino al mundo Alexei, el heredero y último descendiente, que nació en 1904.
Parece ser que la familia estaba muy unida y disfrutaban de una vida plena. En 1914 comenzó la Gran Guerra y, por ende, San Petersburgo se convirtió en Petrogrado. Fue ahí donde vivían una infinidad de obreros y soldados, que en 1917 lideraron la gran revolución. Todo esto venía provocado por el desabastecimiento y la crisis del que el culpable, según los ciudadanos, había sido la familia del zar. Es por eso que no le quedó otro remedio que abdicar.
Lo cierto es que la familia vivía en el palacio Alexander, lejos de la ciudad, donde guardaban uno de los secretos que más problemas podían acarrear. Alexei padecía hemofilia, lo que le podía hacer que no accediera al trono. Esta enfermedad era hereditaria, ya que su madre, Alejandra, lo heredó de su abuela, la reina Victoria, y se la transmitió a su único hijo varón. Esta complicación afectaba a la coagulación de la sangre, haciendo que cualquier lesión pudiera acarrear graves problemas.
Por aquel entonces, no había ninguna solución para este enfermedad ni tratamiento y, además, la esperanza de vida no subía de los 14 años. Aún así, esto hizo que la familia estuviera más unida. Aunque sí que es cierto que el zar no había obtenido mucho éxito en sus batallas, su vida era de lo más normal. Amaba a su mujer Alejandra, algo común por aquella época donde los matrimonios entre la realeza solían ser por compromiso.
Aún así, a ambos le preocupaba mucho la enfermedad de su hijo. Es por eso que decidieron contactar con Rasputín, hijo de campesinos que se había autoproclamado ‘hombre santo’. Se decía que tenía poderes sanadores y podía predecir el futuro. Aunque eso sí, él supuso el principio del fin de la familia real rusa en 1916.
Las derrotas acumuladas y, sobre todo, la actitud de Rasputín contra el zar y su familia hicieron que los bolcheviques alcanzaran el poder en noviembre de 1917. Así, Lenin se quedó al frente de Rusia. Para que no corrieran peligro, los zares se mudaron hasta Siberia, donde fueron capturados, aunque su último destino fue Ekaterimburgo.
Fue ahí donde se alojaron en la casa Ipatiev y el 14 de julio, un sacerdote ofició una misa, convirtiéndose en la última persona que los vería con vida. Tres días más tarde, en la madrugada del 17, los Romanov y cuatro sirvientes fueron asesinados en una habitación situada en el sótano de la casa.