“Mi madre habría sido más feliz si yo no hubiera nacido”. Esta era la única certeza que podía defender Máximo Huerta cuando se enfrentó al teclado para convertir su vida en novela. Un arranque “fuerte” (“debo de admitirlo”) para contarnos una infancia en el Buñol de los setenta en la que los silencios eran atronadores. Una adolescencia en los ochenta en la que no existían películas, referentes o vecinos que le demostrasen con hechos que existía una realidad en la que “nadie mira, nadie se cuestiona, nadie se pregunta”. Y un presente en el que no le ha quedado otra que convivir con la muerte y sus incertidumbres.
Para Huerta, ‘Adiós, pequeño’ es su mejor novela. Y lo dice con convicción. No solo por el feedback de sus lectores, que han comprobado que sus vidas, esas que hacen efecto espejo con la de Máximo, también pueden convertirse en bestseller. Tampoco por ese Premio Fernando Lara que le ha reconfirmado que su lugar está en los libros, en leerlos y en escribirlos. Detrás de esta afirmación (que en realidad no es más que un acto de honestidad) está la satisfacción de haber sido “valiente”. Y con eso le basta.
El delicado estado de salud de Clara, su madre (y protagonista absoluta de este 'Adiós, pequeño'), le ha obligado a volver a sus orígenes, al que fue su hogar. El rol de 'cuidador' que asumimos cuando los padres nos necesitan es el que ejerce ahora con ahínco y algo de resignación. Y es en este momento, en el que los 50 le han quitado esa 'tontería' de preocuparse por "la tripa, los kilos y las malas digestiones", cuando ha querido poner en papel una vida "vivida torpemente" que "podría haber sido diferente". Pero que "fue como fue".
Su novela también es un abrazo con su padre, un hombre marcado por "esa tozudez del que no cede porque cree que es menos hombre" y que, como cualquiera, no tenía "un manual de instrucciones". Ya no hay "culpas ni arrepentimientos" cuando le toca hablar de él. Por muchas conversaciones que les quedasen pendientes cuando les dejó. "De hecho, sonrío al recordarlo", se da cuenta mientras le recuerda.
Caer en la cuenta de que todos cometemos errores, también los padres, se lo ha dado el tiempo. Y también escribir esta carta de despedida que tiene como destinatario ese pasado que en su día le atormentó. Como él promete, no hay rencor en ella. Un síntoma de que ese Máximo Huerta tan vulnerable que podemos leer en 'Adiós, pequeño' es más libre que nunca, por mucho que a algunos les genere desazón.