Los conflictos madre-hijo son relativamente frecuentes. ¿Quién no ha tenido alguna vez una pequeña pelea con sus criaturas? Pero claro, una cosa es un cuarto desordenado o no haber hecho los deberes y otra bien distinta un conflicto entre una madre y su hijo adulto, como es el caso de Carmen Borrego y José María Almoguera.
La hermana de Terelu Campos y el hijo de esta se han distanciado, entre otros motivos, por unos comentarios que hizo la exmujer de este, Paola Olmedo, cuando aún estaban juntos. Este tipo de situaciones pueden dar lugar a tensiones en apariencia irreversibles, pero ¿cómo de complicado puede ser reparar esas heridas? Diana Sánchez, psicóloga sanitaria especialista en perinatal y familia, miembro del Colegio de Psicólogos de Madrid y directora de Psicólogas en Torrelodones, nos da pautas de a qué nos enfrentamos y cómo salir de estos dolorosos trances familiares.
“La madre suele ser la que más en contacto está con los hijos, al menos hasta hace poco”, nos explica la experta. Pero hay un antes y un después en la relación madre-hijo/a: la adolescencia. “A partir de ese momento, la madre o el padre dejan de ser un referente, incluso pueden llegar a rechazar a sus progenitores”. Pasada esta etapa, lo habitual es que se recuperen esos lazos afectivos; ¿qué ocurre cuando se dan enfrentamientos como el de Carmen y José María? “La distancia física que se da cuando el hijo es adulto y tiene su propia vida no tiene por qué ser mala en sí; de hecho puede ayudar a resolver problemas. Pero cuando hay nietos, puede ser más complicado”.
¿De qué manera influye la existencia de nietos, como sucede en el caso de Carmen Borrego? “Por un lado, fuerza la relación; hay casos en los que esas abuelas tienen que hacerse cargo de esos niños cuyos padres [es decir, el hijo o hija de la abuela] tienen un conflicto. Por otra, la madre intenta imponer sus opiniones sobre todo lo que tiene que ver con los nietos”, aunque puntualiza: “Precisamente la existencia de nietos puede hacer que no se rompan estos lazos para siempre”.
Diana Sánchez da algunos apuntes de cómo sobreponerse a este tipo de enfrentamientos: “Si la relación no se ha roto del todo, es importante no juzgar cada tensión que surge como algo personal”, ya que más allá de la adolescencia los jóvenes siguen evolucionando como seres humanos. “Debemos apoyar sus decisiones, aunque no nos gusten, y hacerles ver que estamos a su lado”.
Pero ¿qué sucede cuando esa relación se ha enfriado y se ha perdido el vínculo? “Nosotras siempre recomendamos dar un paso de acercamiento. A menudo, lo que sucede en estas situaciones es que cada uno de los implicados está esperando a que el otro dé el paso”. Poner de nuestra parte, pues, es esencial. “Las relaciones de familia no son obligatorias, pero nos condicionan. Y si queremos mantenerlas debemos acercarnos”.
Sin embargo, podemos caer en que se repitan los mismos patrones. “Desde el cariño, debemos poner unos límites claros ante aquellos sucesos que han dado lugar al conflicto”. Si en el proceso de resolución se acuerda una frecuencia de visitas o de llamadas, “vamos a poner banderas rojas: vamos a verbalizar de qué temas que nos hacen discutir preferimos no hablar, ya que seguramente nunca vamos a estar de acuerdo”. Y aquí pone ejemplos muy habituales de temas que suelen llevar a discusiones: “Ideas políticas, religión o hablar mal de la pareja de nuestro hijo o hija, o de la familia de esa otra persona, la crianza de los hijos/nietos…”. Sánchez hace mucho hincapié en que estos límites deben ponerse con cariño: “Digámosle a esa otra persona que, aunque respetas su opinión, prefieres hablar, cuando estemos con ella, de aquellas cosas que sí nos unen”.
En el caso de José María Almoguera y Carmen Borrego parece que el origen del conflicto está claro, pero ¿cómo abordar el problema si hemos entrado en un patrón de discusiones y sentimientos negativos, una situación viciada de la que ni siquiera reconocemos el origen? “Aquí casi hablaría de establecer una metodología”, apunta la psicóloga, “de intentar encontrar la causa de esa dinámica y buscar estrategias alternativas cuando discutamos: gritar o faltar al respeto al otro no resuelve nada. Es interesante intentar comprender las necesidades del hijo o de la madre de una manera más reflexiva”.
Si la madre, el hijo o ambos acuden a terapia, es muy bueno “intentar descubrir qué te ocurre, qué disparadores te hacen saltar con tu familiar, qué emociones sientes ante esos momentos críticos. A veces pueden venir del pasado: de que, cuando ese hijo era pequeño, su madre trabajaba muchas horas y no le prestaba la atención requerida, o prestaba más atención a sus hermanos menores”, indica.
Es importante conocer cómo esa madre ha gestionado sus emociones en el pasado: ¿se crio en un ambiente de violencia física o verbal? ¿Se sintió sola? ¿Tuvo que vivir grandes adversidades? “Hay que evitar la violencia a toda costa, sea física o verbal. Las palabras pueden llegar a ser muy dañinas”. Al respecto, la experta en psicología familiar explica que, “exceptuando las guerras, el entorno en el que más violencia se vive no es el laboral, sino el familiar”. Y nos recuerda: “Este tipo de conductas familiares son las que generan mayores heridas en la edad adulta”.