Pasar el día en la playa saliendo y entrando del agua, construir castillos de arena y conchas y comer un helado en la orilla es un planazo para los peques. Igual lo es hacer una excursión al campo o una ruta en bicicleta. Lo que comparten estas actividades son las horas al aire libre y de exposición al sol. Así que toma nota de los consejos de los expertos si tus hijos pequeños van a tomar el sol este verano.
En el caso de ser bebés y hasta los seis meses de edad se desaconseja, es más se “prohíbe”, que permanezcan al sol. Su piel todavía es muy sensible y no ha desarrollado esa capacidad de autodefensa por la cual segrega melanina, el pigmento que la protege de los efectos de la radiación ultravioleta de la luz solar. Tan pequeñines se queman y se deshidratan con mucha facilidad y precisamente porque su piel es tan delicada no conviene todavía aplicarles crema solar. Lo que se recomienda de cero a seis meses son los baños de sol unos minutos diarios para producir vitamina D, siempre a primeras horas del día cuando el sol casi no calienta. Esa vitamina D permite la absorción del calcio para el desarrollo de los huesos. Ni mucho menos se debe dejar a un bebé al sol en la playa, en el campo o en el mismo parque.
Ya a partir de los seis meses podrían estar un poco más de tiempo al sol, no obstante, nunca en las horas más intensas del día. Lo adecuado es que los niños vistan prendas que les protejan de algodón o transpirables y un gorro de ala ancha. En ese caso conviene una crema protectora, con un FPS de pantalla total o FPS 50 adecuada a su edad. Se trata de extenderla en las zonas libres de ropa como los brazos, las manos, los pies incluyendo las plantas, la nuca, los pómulos, la nariz o las orejas.
La condición para que se absorba y haga su efecto de barrera protectora es aplicarla media hora antes de la exposición solar. Además, es necesario volver a darles crema cada dos horas aproximadamente, después de cada baño o más a menudo si sudan bastante porque están haciendo mucho ejercicio, incluso estando a la sombra de la sombrilla o bajo un árbol en el monte. La sombra filtra las radiaciones infrarrojas del sol, pero no los rayos ultravioleta, que además se reflejan en la arena sobre todo si es muy clara. Lo mismo sucede en el agua que quita la sensación de calor pero no actúa como barrera para los rayos ultravioleta.
En cuanto a las cremas solares deben estar formuladas frente a los rayos UVA, UVB e infrarrojos, al igual que ser resistentes al agua, al cloro si los vamos a bañar en una piscina, a los roces y a la transpiración. Las más adecuadas también deben ser hipoalergénicas, testadas bajo control pediátrico y dermatológico, libres de colorantes y de perfumes y mucho mejor si incluyen ingredientes calmantes y nutritivos, como la vitamina E o extracto de aloe vera y de avena. En caso de no contar con crema específica para niños se les puede aplicar la de adultos de modo que estén protegidos.
Una duda muy recurrente es si se pueden utilizar las cremas solares de otros años. La respuesta es que no porque es probable que ya hayan caducado y dejen de ser efectivas. En cada bote se incluye información de cuánto tiempo se conservan una vez abiertas.
Otra recomendación para los más peques es dejarles puesta la camiseta y el gorro, aunque estén en el agua. Así que no queda más remedio que llevar varios juegos de ropa seca. Al volver a casa de ese día de tanto sol al aire libre lo conveniente es darles una ducha o un baño con agua templada. Una vez secos lo oportuno es aplicarles una buena crema hidratante o una loción after sun que repare y calme los posibles daños que el sol haya causado en su delicada piel. Este tipo de lociones suelen ser ligeras, fáciles de extender, de absorción rápida e incorporan componentes calmantes y refrescantes.
A partir de los dos años los niños suelen resistirse a que les echemos crema y además tienden a salir corriendo. Sin embargo, es importante explicarles desde el primer día que no hay opciones y que la protección solar es obligatoria. Un truco que funciona es extenderles la crema en casa antes de que se vistan para que se vean más libres al llegar al campo o a la playa. Después se pueden aprovechar los momentos para beber agua o tomar una fruta para volver a darles crema.
Así, los protectores solares deben acompañarnos para toda la vida incluso en invierno, aunque en verano debemos ser más precavidos. Es la única forma de proteger nuestra piel del cáncer. Por otro lado, el hecho de tener la piel morena no es una excusa para no echarse crema solar porque el bronceado no protege de los rayos ultravioleta. Además, los efectos nocivos del sol se van acumulando sobre la piel de modo que a medida que pasan los años su capacidad para reparar los daños va disminuyendo.