Cremalleras traseras y zapatos que duelen: ¿por qué se sigue fabricando ropa difícil de poner?

  • La moda femenina sigue enfrentándose al desafío de diseñar prendas complicadas de poner sin ayuda, perpetuando cierres traseros difíciles y botones imposibles

  • A pesar de la creciente demanda de ropa funcional, el diseño de moda aún mantiene patrones que dificultan la autonomía de las mujeres al vestirse

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Es un problema tan común que existen hasta tutoriales en YouTube y artículos con listas de consejos sobre cómo solucionarlo: algunas prendas de ropa son casi imposibles de poner cuando una está sola. Botones mínimos, cremalleras invisibles que no se han subido y todo esto, colocado en la parte trasera, esa a la que tú misma no siempre llegas.

¿Por qué siguen los vestidos y las camisas para mujeres siendo tan complicados de poner a estas alturas? ¿Por qué no ha muerto en el siglo XXI la cremallera trasera y seguimos viendo vídeos que explican como subirla usando una percha?

Moda cómoda vs moda impactante

En realidad, la pregunta no es exactamente nueva. La historia de la lucha entre si la ropa debe ser cómoda o no es bastante antigua. Ya a finales del siglo XIX los movimientos higienistas y las sociedades para el vestido racional criticaban cómo el corsé y otros elementos de la moda femenina no dejaban moverse o respirar cómodamente a las mujeres. Por supuesto, tampoco podías ponértelo sola. Defendían que la moda debería ser otra cosa. La aparición de los trajes sastre o el recorte de las faldas tras la I Guerra Mundial les dio un poco la razón.

“La historia de la moda está atravesada por distintas dicotomías. Una de ellas puede ser la que enfrenta a la ropa ponible y la ropa imponible”, nos explica Laura Suárez, directora del Máster de Diseño y dirección de moda del Creative Campus de la Universidad Europea. Como señala la experta, dos grandes diseñadoras encapsulan esa lucha. “Por un lado está Coco Chanel, que tenía una visión más realista del vestido y defendía una ropa para ser vivida, más racional y funcional”, apunta, frente a “la visión más teatral y fantástica representada por Elsa Schiaparelli”. El pequeño vestido negro contra el vestido langosta.

Los diferentes cambios de tendencias a lo largo del siglo XX —y hasta ahora— han ido alternando entre prendas más usables y otras más ornamentales y difíciles de poner. Solo hay que comparar los metros de tela y las aparatosas faldas de los años 50 con los vestidos cómodos de los 70 para verlo.

“De todas maneras, pienso que ahora estamos en un momento en el que entre los dos principios hay una tercera opción que podría estar representada por la amalgama”, suma la experta. La moda deportiva es un ejemplo, pero también lo son algunas de las propuestas que se han visto en las últimas colecciones de pasarela, como las de Miu Miu, Prada o Loewe, ejemplifica.

Cremalleras imposibles

Aun así, quien haya tenido que pelearse con una imposible cremallera trasera o con los botoncitos mínimos de una camisa cuyos ojales no están pensados para ser cerrados al revés seguirá preguntándose el por qué de estos cierres a la espalda imposibles. “La lógica no es necesariamente el principio motor de la moda”, reconoce Suárez, "es uno de ellos”.

En 2019, hubo en París una exposición sobre la moda femenina y las espaldas, 'Dos à la mode'. Su comisario, Alexandre Samson, señalaba entonces a los medios franceses que solo la ropa de las mujeres occidentales se abrocha en la espalda. No es habitual, se podría decir que es "casi imposible" que una camisa para hombre se cierre con una cremallera trasera. En la investigación que hicieron para la muestra descubrieron que solo en París los fisioterapeutas atendían al menos a unas 10 mujeres al año que se habían lesionado por culpa de este tipo de diseños.

¿Una cuestión de género?

¿Es la cremallera trasera y la ropa imposible de poner una cuestión de género? Un estudio de la Northwestern University aplicó un filtro de género a su investigación sobre la ropa incómoda. Sus conclusiones son bastante claras: es mucho más probable que las mujeres usen prendas que limiten sus movimientos o les molesten de lo que lo hacen los hombres. La prenda clave donde encontraron la mayor divergencia fueron los zapatos: era entre tres y diez veces más probable que ellas usen zapatos que duelen y entre cuatro y doce que no permitan el estar cómoda y de pie al mismo tiempo.

Lo interesante de la investigación es que intentaron descubrir el por qué de este uso de prendas imposibles. Ellos reconocían que si las vestían era porque no tenían más opción (por ejemplo, tener que llevar a un funeral algo que te queda justo porque no tienes otra prenda negra) y ellas porque “valía la pena”. Es decir, el resultado final del vestuario se acercaba más a lo deseable, aunque la prenda te hiciese el día imposible.

Cuando se habla de forma específica de cremalleras traseras, se suele acabar hablando de la periodista estadounidense Celeste Headlee y sus reflexiones en los medios sobre este tema. Ella las conecta con los sesgos de género, igual que ocurre con que no haya bolsillos en las prendas para mujeres. “Existen cientos de productos a la venta que prometen ayudarte a vestirte”, señala en una columna en Swaay. Lo cierto es que, la cremallera invisible trasera no es necesaria: podrían ponerla en cualquier otro lugar más accesible y fácil de usar y funcionaria igual.

Justo cuando empezaban todos esos debates sobre cómo debía ser la moda, en realidad, solo se hablaba de aquella que vestían las clases medias y altas. Las mujeres de clase trabajadora tenían prendas funcionales porque se las tenían que sacar y poner ellas solas y tener siempre rango de movilidad para trabajar. Quienes compraban las tendencias, contaban con la ayuda de alguien que les ayudasen a ponérselas cada día. Suárez recuerda la Teoría de la clase ociosa de Veblen y cómo explica que el no tener que trabajar, les deja vestir prendas más complejas.

En cierto modo es un poco también lo que ocurre con los vestidos de impresión que se ven en alfombras rojas o en las escaleras de la gala MET: en realidad, vivir en ellos es imposible. Son más muestras de la moda como arte que de la moda como algo usable.

“La cuestión de género y la cuestión de clase son inherentes a cualquier pregunta sobre la vestimenta”, apunta Suárez, pero también recuerda que ahora las coordenadas de la moda son menos rígidas y que la ropa se ha vuelto más diversa. “Pienso que también tenemos que hacernos la pregunta de si todo tiene que ser para todo el mundo”, indica la experta. Esto es, quizás hay decidir qué prenda compramos según lo que queremos y cómo queremos presentarnos, que “decidamos por el tipo de prendas que más nos convienen y por lo tanto si preferimos, en según qué casos, un vestido que necesite una mano amiga para ser desabrochado o uno en el que nuestras propias manos sean suficientes”.

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