El compromiso matrimonial de Carlos de Inglaterra y Diana Spencer se anunció el 24 de febrero de 1981. Apenas habían coincidido un par de veces, pero Diana parecía la mujer perfecta para convertirse en la futura reina de Inglaterra. Su padre había trabajado para la Reina Isabel II, y sabía desenvolverse entre la realeza. Además, su edad (aún no había cumplido 20 años) y su aspecto virginal ofrecían la imagen que se buscaba para una princesa de cuento de hadas.
Y así la recibieron los ingleses. Diana se convirtió en un sueño hecho realidad para los ingleses que, seducidos por su carisma, amabilidad y belleza, la apodaron como “La princesa del pueblo” y posiblemente llegó a ser la mujer más famosa del mundo.
Pero, a pesar de que todos deseaban lo contrario, su matrimonio con Carlos de Inglaterra nunca funcionó, y por mucho que la casa real intentara enderezar la relación una y otra vez nunca lo consiguieron. La separación llegó en 1992 y el divorcio en 1996, y aquí tienes todas las claves para entenderlo.
Sin duda esta fue la principal razón por la que el matrimonio entre Carlos y Diana nunca tuvo la menor oportunidad de funcionar. El heredero había conocido a Camila durante un partido de polo en 1970, y el flechazo entre ellos fue instantáneo. La reina Isabel II nunca apoyó esta relación: Camila no procedía de una familia con títulos nobiliarios, no tenía aspecto inocente y no se mostraba dispuesta a acatar los protocolos reales.
Pero no había forma de detener el amor entre los jóvenes, y buena muestra de ello es que a día de hoy están casados y la reina no ha tenido más remedio que aceptar la realidad. Tan decidido estuvo siempre Carlos a no abandonar a Camila, que no lo hizo ni casado con Diana. La infidelidad del príncipe era tan descarada y pública que Diana no podía soportarlo.
Diana no encontró ningún apoyo dentro de la familia real. A pesar de que les había parecido la persona indicada para heredar el trono, ni Isabel II ni su marido, el duque de Edimburgo, consiguieron llevarse bien con ella. La familia real tiene unos protocolos muy férreos, y dan por hecho que quien se incorpora a la familia a de acatarlos sin rechistar. Y Diana resultó no ser tan sumisa, ni tan callada como ellos imaginaban.
Aún así, y a pesar de los evidentes problemas entre la joven pareja, la reina se muestra dispuesta a garantizar la estabilidad y el futuro del trono, y no quiere oír hablar de ninguna manera de la posibilidad de que Carlos y Diana se separen. Con todo, no puede evitar que en 1992 la pareja comience oficialmente a hacer vidas separadas.
“Bueno, éramos tres en este matrimonio, así que estaba un poco concurrido”. Esa frase, pronunciada por Diana en una entrevista realizada por el periodista Martin Bashir para la BBC hizo tambalear los cimientos de la casa real británica. Se emitió el 20 de noviembre de 1995 y se había grabado en secreto una semana antes.
En ella, Diana se muestra más sincera que nunca y habla del infierno que había supuesto su matrimonio. La bulimia, el aislamiento y las infidelidades, tanto suyas como de Carlos, fueron los principales temas de conversación. Con casi 23 millones de espectadores se convirtió en uno de los programas de televisión más vistos de todos los tiempos. Tras ella, la relación de Carlos y Camila estaba en boca de todos como nunca antes lo había estado, e Isabel II se vio obligada a tomar cartas en el asunto.
A pesar de que tanto Carlos como Diana deseaban estar separados, el divorcio como tal no parecía entrar dentro de sus planes, al menos de los de ella. Pero Isabel II no les dio opción, y tras la emisión de la famosa entrevista escribió una carta a la princesa con una orden clara: “Tienes que divorciarte”.
Pero Diana no estaba dispuesta a hacerlo de cualquier manera, así que, aunque Carlos accedió de inmediato a la petición de su madre, ella dijo que tenía que estudiar la situación junto a sus abogados.
El divorcio se firmó un año más tarde de la petición expresa de la reina. En ese tiempo, Diana pudo negociar con la casa real las condiciones en las que iba a producirse. Consiguió mantener el título, intervenir en todas las decisiones que afectaran a sus hijos, William y Harry, y permanecer en el Palacio de Kensington. A cambio, sí hubo un acuerdo de confidencialidad que garantizaba que ella no iba a airear públicamente cuestiones privadas del matrimonio.